Aguinaldo puertorriqueño (1843): una mirada brevísima a la Epifanía

Aguinaldo puertorriqueño (1843): una mirada brevísima a la Epifanía que aconteció entre abrojos, cascajos y esperanza




Aguinaldo puertorriqueño

Primera Edición 1843

Imprenta Gimbernat y Dalmau

Edición: Editorial Edil inc. 2000 (198 pp.)



Cuando digo que la primera imprenta que hubo en Puerto Rico llegó en 1806 no estoy tratando de tomarle el pelo. Tampoco le miento cuando señalo que la Universidad de Puerto Rico (UPR) se fundó en el 1903. El primer intento para establecer la Universidad aconteció en Fajardo, en esa época créame ni el diablo sabía cómo llegar hasta allá 1. Pero, Paul G. Miller sí sabía cómo y luego de fallar en el primer intento fue a dar a Río Piedras2 donde el diablo lo esperaba con los brazos abiertos. La agenda de Miller no tenía un asomo de altruismo como quizás más de uno, tal vez, haya podido imaginar; a él solo le interesaba establecer una escuela normal que habría de graduar maestros de inglés para transculturarnos, sin un ápice de piedad, hasta dejarnos parloteando The Queens English.


Luego nos arropó el destino manifiesto y los afanes de la democracia estadounidense y es dentro de ese caldo de cultivo que ha se ha desarrollado la literatura nacional. Cuando consultamos publicaciones como “Historia de la Literatura Puertorriqueña. A través de sus revistas y periódicos” (Jiménez Benítez 2012) y nos topamos con la gran cantidad de imprentas, periódicos y revistas que fueron clausurados y destruidos tanto bajo la dominación española como de la estadounidense entonces, solo entonces, podemos comenzar a aprehender no solo la importancia de “Aguinaldo Puertorriqueño” (1843) sino la del eventual devenir de las letras puertorriqueñas. Para redondear el argumento debemos añadir que en aquellos días el analfabetismo era la norma; rondaba cerca del 80%. Muchos de los datos antes expuestos se pueden corroborar ya que Salvador Brau los expone en el prólogo que escribió para El Gíbaro en 1884 y que tituló “Al que Leyere”. 


Aguinaldo puertorriqueño (imprenta Gimbernat y Dalmau) es el regalo que un grupo de puertorriqueños y españoles residentes en la isla quiso dejar al pie de la puerta de nuestros hogares en la Navidad de 1843. Eran conscientes de lo que estaban haciendo, conocían las limitaciones que el tiempo les imponía y, sobre todo, cómo estas podrían incidir en el trabajo final. Mas los movía el deseo de hacer algo bueno; el deseo de aportar al mejoramiento del país. Esta publicación provocó que un grupo de estudiantes puertorriqueños, que al momento estudiaba en Barcelona, contestara el esfuerzo con la publicación del Álbum puertorriqueño (1844). Entre los autores que participaron en Álbum puertorriqueño está Manuel A. Alonso que publicó en 1849 la obra fundacional de nuestras letras El Gibaro.


Ha transcurrido bastante tiempo desde la navidad en que se nos obsequió la publicación que hoy nos ocupa, poco más de ciento ochenta años. Pero, como nos enseñó nuestro amigo, Alberto, el tiempo es relativo. Ya que, cuando menos, hace más de dos mil años los chinos, los egipcios, los griegos, los fenicios, los caldeos y sabrá Dios cuántas otras almas más contaban su quehacer en piedra, papel y papiro. Ciento ochenta y un años, tal vez, pueda parecernos mucho tiempo, mas como hemos visto no lo es. Podemos decir que nuestras letras son jóvenes y cargan a cuestas los defectos y virtudes propios de su edad; ni más ni menos. Es mucho lo que se ha logrado desde mediados del s. XIX hasta el sol de hoy y nos llena de entusiasmo la calidad del trabajo que están produciendo algunos escritores tanto aquí como en la diáspora.


Entendemos que la publicación por parte de la Editorial Edil inc. del Aguinaldo puertorriqueño es un gran acierto. Es como si nos hubieran regalado una pequeña máquina para viajar en el tiempo; justo hasta el momento en que aconteció uno de los momentos más significativos para el desarrollo de nuestras letras. Para entonces, gracias al artificio tecnológico, concertar un encuentro con: Alejandrina Benítez, Ignacio Guasp (redactor del Boletín Instructivo y Mercantil), Ignacio Pastrana (Jacobo), Eduardo González Pedroso (Mario Kolhmann), Carlos Cabrera, Fernando Roig, M. A.(¿Manuel Alcayde?), Martín J. Travieso, Benicia Aguayo, Mateo Cavalhon y Juan Manuel Echevarría (Hernando) y así juntos asestarle un buen golpe al olvido.





Notas:

1-Es una hipérbole, para ese tiempo sabíamos cómo se llega a Fajardo.

2-Quiero aclarar que la Universidad de la Habana impartía cursos en San Juan. También sé que en algún momento a fines del S. XIX José de Diego de fundó una universidad. Además cabe que señalar en el Ateneo Puertorriqueño llegó impartir cursos universitarios. Lo que no sé es si, esas iniciativas estaban relacionadas de alguna manera.

3-Otra hipérbole: es de conocimiento general que Satanás habita en el Capitolio y no en Río Piedras.  

4-Esta es una versión especial y anotada para “Facebook” a ver si logro salvarme de la cólera en los tiempos del Facebook. Todas las redundancias son válidas cuando uno está tratando de salvar el pellejo.  


Publicado hace 01 February 2015 por Miguel A. Ayala en el blog Panaceas y placebos

Corregido: sábado, 14 de diciembre de 2024 maac

Etiquetas: Aguinaldo Historia Literatura Literatura puertorriqueña Poesía

 

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